jueves, 17 de diciembre de 2015




FELIZ NAVIDAD





Os deseamos una Feliz Navidad con este villancico del siglo XVII que se encuentra en un pliego del Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid:



VILLANCICO

Adoren los hombres
finezas de amor,
que amante y desnudo,
en dura prisión,
llora como un niño
y ama como un Dios.

Y en dulce congoja,
en triste dolor,
en noble suspiro,
en fina pasión,
en ansias constantes
y en tierno fervor,
llora como un niño
y ama como un Dios.

jueves, 18 de diciembre de 2014

¡FELIZ NAVIDAD LITERARIA!




          

Despedimos este año 2014 deseándoos una Feliz Navidad y un muy próspero Año Nuevo. Lo hacemos con un buen ejemplo de villancico popular, cifra del genio de nuestra lengua.
Felices lecturas.





          Queditico, amigo;
          queditico, mi amor,
          que duerme Dios.
          Airecillos de Belén,
          quedito soplad,
          pasito corred,
          que llorando, suspenso, elevado,
          y dormido se ha quedado,
          aunque suspira el Niño tal vez:
          quedito soplad,
          pasito corred;
          no, no me lo despertéis.
          Quedito, pasito,
          silencio, chitón,
          que duerme un infante
          que, tierno y constante,
          al más tibio amante
          despierta el calor.
          Quedito, pasito,
          silencio, chitón;
          no le despierten, no.
          ¡A la e, a la o!
          Duerma mi amado,
          descanse mi amor,
          ¡A la e, a la o!

                         

                                                         (ANÓNIMO, Siglo XVII)

domingo, 9 de noviembre de 2014

FRONDAS DEL FLORILEGIO (II)

FRANCISCO DE QUEVEDO
Y SU SONETO
"Cerrar podrá mis ojos la postrera..."






La segunda de las frondas de este Florilegio lo será la bella lectura de uno de los mejores sonetos de la lengua castellana, debido a la pluma del poeta barroco don Francisco de Quevedo y Villegas. Su léxico, su estructura métrica, la disposición del contenido, todo en él lo hacen una de las más bellas composiciones líricas de nuestro idioma.
A los que queráis adentraros al estudio del soneto, os dejo el enlace a uno de los mejores comentarios al soneto quevedesco, realizado por el profesor Pablo Jauralde Pou.


Dejémenos mecer por la melódica y cálida voz del excelente actor José Luis Gómez, quien supo dar voz y vida a esta joya literaria en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, donde se otorga, anualmente, el premio Cervantes. 
Deleitaos.



Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansiosa y lisonjera

mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi alma el agua fría
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido,
polvo serán, mas polvo enamorado.

miércoles, 22 de octubre de 2014




LECTURAS 

DE 

LITERATURA UNIVERSAL (I)


EL VIAJE DE ULISES AL HADES

En la mítica obra de la Antigüedad clásica, La Odisea, encontramos un curioso pasaje que nos permite conectar el mundo clásico antiguo con el mundo medieval occidental, más concretamente, nos permite enlazar a Homero con Dante. El nexo de unión será el inframundo, el país de los muertos -en un caso la morada del Hades pagano, en el otro, el Infierno cristiano- y el viaje como conocimiento.
Nos referimos al Canto XI en el que Homero relata el viaje que Ulises y sus hombres realizan al Hades –aconsejados por Circe- para preguntar a Tiresias por el camino de regreso a Ítaca. Allí se encontrará Ulises no sólo con el célebre adivino, personaje que ya vimos en nuestra lectura del Edipo, Rey, de Sófocles, sino que deambularán y hablarán con él otros personajes míticos, de entre los cuales destaca el encuentro entre Ulises y su madre.
Ulises, cuenta Homero, se dirigió con sus hombres, en el negro bajel, a los confines del Océano y, después de coger unas ovejas de la ciudad de los Cimerios para su sacrificio, se dirigió donde le dijo Circe:

Allí Perimedes y Euríloco sostuvieron las víctimas, y yo, desenvainando la aguda espada que cabe el muslo llevaba, abrí un hoyo de un codo por lado; hice a su alrededor libación a todos los muertos, primeramente con aguamiel, luego con dulce vino y a la tercera vez con agua y lo despolvoree todo con blanca harina. Acto seguido supliqué con fervor a las inanes cabezas de los muertos, y voté que, cuando llegara a Itaca, les sacrificaría en el palacio una vaca no paridera, la mejor que hubiese, y que en su obsequio llenaría la pira de cosas excelentes, y también que a Tiresias le inmolaría aparte un carnero completamente negro que descollase entre nuestros rebaños. Después de haber rogado con votos y súplicas al pueblo de los difuntos, tomé las reses, las degollé encima del hoyo, corrió la negra sangre y al instante se congregaron saliendo del Erebo, las almas de los fallecidos: mujeres jóvenes, mancebos, ancianos que en otro tiempo padecieron muchos males, tiernas doncellas con el ánimo angustiado por reciente pesar, y muchos varones que habían muerto en la guerra, heridos por broncíneas lanzas, y mostraban ensangrentadas armaduras: agitábanse todas con grandísimo murmurio alrededor del hoyo, unas por un lado y otras por otro; y el pálido terror se enseñoreó de mí. Al punto exhorté a los compañeros y les di orden de que desollaran las reses, tomándolas del suelo donde yacían degolladas por el cruel bronce, y las quemaran inmediatamente, haciendo votos al poderoso Hades y a la veneranda Persefonea; y yo, desenvainando la aguda espada que cabe al muslo llevaba me senté y no permití que las inanes cabezas de los muertos se acercaran a la sangre antes que hubiese interrogado a Tiresias.

(………)

Diciendo así, el alma del soberano Tiresias se fue a la morada de Hades apenas hubo proferido los oráculos. Mas yo me estuve quedo hasta que vino mi madre y bebió la negruzca sangre. Reconocióme de súbito y díjome entre sollozos estas aladas palabras:

—¡Hijo mío! ¿Cómo has bajado en vida a esta obscuridad tenebrosa? Difícil es que los vivientes puedan contemplar estos lugares, separados como están por grandes ríos, por impetuosas corrientes y, principalmente, por el Océano, que no se puede atravesar a pie sino en una nave bien construida. ¿Vienes acaso de Troya, después de vagar mucho tiempo con la nave y los amigos? ¿Aun no llegaste a Itaca, ni viste a tu mujer en el palacio?

Así dijo; y yo le respondí de esta suerte:
—¡Madre mía! La necesidad me trajo a la morada de Hades, a consultar el alma de Tiresias el tebano; pero aún no me acerqué a la Acaya, ni entré en mi tierra; pues voy siempre errante y padeciendo desgracias desde el punto que seguí al divino Agamemnón hasta Ilión, la de hermosos corceles, para combatir con los troyanos.

Mas, ea, habla y responde sinceramente: ¿Cuál hado de la aterradora muerte acabó contigo? ¿Fue una larga enfermedad, o Artemis, que se complace en tirar flechas, la que te mató con sus suaves tiros? Háblame de mi padre y del hijo que deje, y cuéntame si mi dignidad real la conservan ellos o la tiene algún otro varón, porque se figuran que ya no he de volver. Revélame también la voluntad y el pensamiento de mi legitima esposa: si vive con mi hijo y todo lo guarda y mantiene en pie, o ya se casó con el mejor de los aqueos.

Así le hablé; y respondióme en seguida mi veneranda madre:

—Aquella continúa en tu palacio con el ánimo afligido y pasa los días y las noches tristemente, llorando sin cesar. Nadie posee aún tu hermosa autoridad real: Telémaco cultiva en paz tus heredades y asiste a decorosos banquetes, como debe hacerlo; el varón que administra justicia, pues todos le convidan. Tu padre se queda en el campo, sin bajar a la ciudad, y no tiene lecho ni cama, ni mantas, ni colchas espléndidas: sino que en el invierno duerme entre los esclavos de la casa, en la ceniza, junto al hogar, llevando miserables vestiduras; y, no bien llega el verano y el fructífero otoño, se le ponen por todas partes, en la fértil viña, humildes lechos de hojas secas donde yace afligido y acrecienta sus penas anhelando tu regreso, además de sufrir las molestias de la senectud a que ha llegado. Así morí yo también, cumpliendo mi destino: ni la que con certera vista se complace en arrojar saetas, me hirió con sus suaves tiros en el palacio, ni me acometió enfermedad alguna de las que se llevan el vigor de los miembros por una odiosa consunción; antes bien la soledad que de ti sentía y la memoria de tus cuidados y de tu ternura, preclaro Odiseo, me privaron de la dulce vida.

Así se expresó. Quise entonces efectuar el designio, que tenía formado en mi espíritu, de abrazar el alma de mi difunta madre. Tres veces me acerqué a ella, pues el ánimo incitábame a abrazarla; tres veces se me fue volando de entre las manos como sombra o sueño. Entonces sentí en mi corazón un agudo dolor que iba en aumento, y dije a mi madre estas aladas palabras:

—¡Madre mía! ¡Por qué huyes cuando a ti me acerco, ansioso de asirte, a fin de que en la misma morada de Hades nos echemos en brazos el uno del otro y nos saciemos de triste llanto? Por ventura envióme esta vana imagen la ilustre Persefonea, para que se acrecienten mis lamentos y suspiros?

Así le dije; y al momento me contestó mi veneranda madre:

—¡Ay de mi hijo mío, el más desgraciado de todos los hombres! No te engaña Persefonea, hija de Zeus, sino que esta es la condición de los mortales cuando fallecen: los nervios ya no mantienen unidos la carne y los huesos, pues los consume la viva fuerza de las ardientes llamas tan pronto como la vida desampara la blanca osamenta; y el alma se va volando, como un sueño. Mas, procura volver lo antes posible a la luz y llévate sabidas todas estas cosas para que luego las refieras a tu consorte.



(La traducción, que se puede encontrar en http://www.odisea.com.mx/Texto_y_comentarios/Texto_y_comentarios.html,  pertenece Luís Segala i Estalella: Helenista, nacido en Barcelona en 1873, y muerto en la misma ciudad, durante un bombardeo, en 1938. Estudió en su ciudad natal. Se doctoró en derecho, filosofía y letras. En 1895 fué nominado profesor auxiliar de la universidad barcelonesa. Ganó la cátedra de griego de la de Sevilla (1899). En 1906 ocupó la de Barcelona. Ingresó en la Sección Filológica del «Institut d'Estudis Catalans» (I.E.C.) (1911). Fue profesor de la Escuela de Bibliotecarios desde 1915. Dos años después se encargó de la dirección de un colegio. Pertenecía a la Academia de las Buenas Letras de Barcelona (1910) y de Sevilla (1912). Dirigió con Crusat la "Colección de autores clásicos griegos y latinos", y, con Parpal, la "Biblioteca de autores griegos y latinos", la "Colección de literaturas antiguas" patrocinada por el Consejo de Pedagogía de la Mancomunidad, y la "Biblioteca scriptorum Graecorum et Romanorum cum ibericis versionibus", bajo los auspicios del I.E.C. Son especialmente notables su Gramática del dialecto eólico, que fué premiada en la Exposición Internacional de Atenas en 1903, las versiones españolas de la Ilíada y Odisea, los Himnos de Homero y la Teogonía de Hesiodo, la traducción catalana de la Ilíada, una Crestomatía latina de carácter docente, el vocabulario del volúmen I del Anábasis de Jenofonte y los libros Doctrina de los doce apóstoles y El renacimiento helénico en Cataluña.) Fuente: Diccionario biográfico, Barna, Albertí, 1970.

jueves, 13 de marzo de 2014

FLORILEGIO
VII

PLATERO Y YO
DE
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ



Este año se cumple el centenario de la publicación de la obra de Juan Ramón Jiménez, Platero y yo. Esta obra apareció por primera vez en 1914, con el subtítulo de Elegía andaluza, formando parte de una colección juvenil de la editorial La Lectura. Constaba de sesenta y tres capítulos, estampas literarias, que, posteriormente, en la edición definitiva de 1919, se ampliaron a ciento treinta  y ocho. En este “Año Platero” queremos recoger en nuestro Florilegio una muestra de la sabiduría poética, de la humanidad de nuestro gran poeta gaditano, universal.

Gozad de sus palabras.




AMISTAD

Nos entendemos bien. Yo lo dejo ir a su antojo, y él me lleva siempre a donde quiero.

Sabe Platero que, al llegar al pino de la Corona, me gusta acercarme a su tronco y acariciárselo, y mirar el cielo al través de su enorme y clara copa; sabe que me deleita la veredilla que va, entre céspedes, a la Fuente vieja; que es para mí una fiesta ver el río desde la colina de los pinos, evocadora, con su bosquecillo alto, de parajes clásicos. Como me adormile, seguro, sobre él, mi despertar se abre siempre a uno de tales amables espectáculos.

Yo trato a Platero cual si fuese un niño. Si el camino se torna fragoso y le pesa un poco, me bajo para aliviarlo. Lo beso, lo engaño, lo hago rabiar... El comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mí, tan diferente a los demás, que he llegado a creer que sueña mis propios sueños.


Platero se me ha rendido como una adolescente apasionada. De nada protesta. Sé que soy su felicidad. Hasta huye de los burros y de los hombres...

martes, 25 de febrero de 2014

FRONDAS DEL FLORILEGIO (I)

LA PICARESCA


Como un anuncio de una primavera textual, le van saliendo a este Florilegio unas hojillas volanderas que van a ir conformando fragmentos de su fronda, espesura de los textos que iremos agregando. De lo que se trata es de añadir a la selección de las lecturas -de la historia de la literatura española-, material gráfico, audiovisual que las complementen, que añadan información, explicación o reflexión.
Empezaremos esta primera fronda con un audiovisual en el que nuestro gran actor Fernando Fernán Gómez explica lo que es un "pícaro".



Esperamos que os sean útiles estas frondas en vuestro estudio.



sábado, 22 de febrero de 2014

FLORILEGIO
VI




LAZARILLO DE TORMES 


ANTONIO MUÑOZ MOLINA


Siguiendo la estela de la cuarta entrega de este Florilegio, vamos a confrontar hoy dos grandes escrituras: por una parte, un fragmento del “Tratado primero” de esa obra renacentista con la que comienza no solo uno de los grandes géneros literarios, la novela picaresca, sino también toda una forma de enfrentarse a la historia y a la imaginación humanas; y por otra, la reflexión de uno de los mayores novelistas españoles actuales, Muñoz Molina, quien nos invita, a través de una de sus entregas periodísticas, a meditar sobre la vida y la literatura, a través de una lectura sabia y perspicaz de la carta que Lázaro escribió a “ vuestra merced”, hace ya cerca de cinco siglos.
Feliz lectura.


DEL TRATADO PRIMERO

Y porque vea Vuestra Merced a cuánto se extendía el ingenio de este astuto ciego, contaré un caso de muchos que con él me acaecieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran astucia. Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque decía ser la gente más rica, aunque no muy limosnera. Arrimábase a este refrán: «Más da el duro que el desnudo». Y vinimos a este camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia, deteníamonos; donde no, a tercero día hacíamos San Juan.
Acaeció que, llegando a un lugar que llaman Almorox al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo de ellas en limosna. Y como suelen ir los cestos maltratados, y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano. Para echarlo en el fardel, tornábase mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, así por no poder llevarlo, como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentámonos en un valladar y dijo:
-Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas y que hayas de él tanta parte como yo. Partillo hemos de esta manera: tú picarás una vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mismo hasta que lo acabemos, y de esta suerte no habrá engaño.
Hecho así el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance, el traidor mudó propósito, y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debería hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, mas aún pasaba adelante: dos a dos y tres a tres y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano, y, meneando la cabeza, dijo:
-Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que has tú comido las uvas tres a tres.
-No comí -dije yo-; mas ¿por qué sospecháis eso?
Respondió el sagacísimo ciego:
-¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas.



GLOSA DE ANTONIO MUÑOZ MOLINA:
“LLAMADME LÁZARO”

Qué extraordinaria expresión castellana, don nadie. Podría ser el título de una novela metafísica. Hasta el Lazarillo, hasta la plena irrupción de la novela picaresca y el Quijote y sus inmediatos derivados en Inglaterra y luego en el mundo, las ficciones trataban de personajes socialmente exaltados, reyes o príncipes, poderosos a caballo, etcétera. Con Lázaro de Tormes, con la novela, llegan a la literatura los don nadies, los que no cuentan, los de abajo, los tarados, los excluidos, las mujeres. Lo que hacen las novelas es contar las historias de los que por su poco relieve social carecen de ellas. También los que por algún motivo se declaran fugitivos de una identidad obligatoria: Don Quijote, Huck Finn, Fabrice del Dongo, Emma Bovary, aquel príncipe de la India que por abjurar de toda la tierra firme, gobernada por la infamia, decidió exiliarse bajo el mar, el Capitán Nemo de Jules Verne, el capitán Nadie.

Lazarillo de Tormes es el Adán de los personajes novelescos, pero él viene de otro origen mucho más antiguo, el cuento popular y la cultura carnavalesca, mundos sumergidos y fácilmente olvidados porque apenas dejan testimonios escritos. La alta cultura, como su propio nombre indica, trata de la parte alta de la sociedad y del cuerpo humano. Mijaíl Bajtín nos recuerda que los héroes otean el mundo desde la altura de sus caballos. El valor del héroe épico y del enamorado culto residen en el órgano más noble, que es el corazón; la belleza que celebran es la que se revela a la mirada. El órgano principal en la vida de Lázaro, como en la de Sancho, es el estómago. Comilonas, vómitos, ronquidos, eructos, pedos, diarreas, secreciones corporales de todo tipo, pasan de la risa popular y el descaro carnavalesco a la literatura filtrándose por el tejido poroso de la novela. El ciego introduce su nariz tan larga como si fuera de una máscara de carnaval en la boca abierta de Lázaro queriendo averiguar por el olor si se ha comido una longaniza, y Lázaro le baña toda la cara en la abundancia pestilente de su vomitona. Nos parece que oímos ataques de risa del siglo XVI. En el siglo XX James Joyce restituye al arte de la novela la desvergüenza escatológica que había estado en su principio. Leopold Bloom, como Lázaro de Tormes, es un don nadie y un cornudo consentido y tranquilo: los dos desmienten por igual la cruenta superstición masculina y literaria de la honra.


(Artículo publicado en Babelia, nº 1.161, 22-02-1914, p. 3)

martes, 11 de febrero de 2014

FLORILEGIO
V

CANTAR DE MIO CID










fol. 23r
En el verso decimoquinto de este folio
 manuscrito aparece el topónimo "almenar".


Como quinta entrega de nuestro Florilegio, traemos a nuestro blog un fragmento de la obra cumbre de la literatura épica castellana. Gracias a la copia que hizo el clérigo Per Abbat a comienzos del siglo XIII, se nos ha conservado esta gran obra que supuso en su época solaz y pedagogía para los lectores y oyentes medievales de los cantares de gesta. Hemos escogido los versos en los que alude su autor a varias poblaciones de la actual provincia de Castellón, entre ellas a nuestra Almenara, así como a otras poblaciones importantes de la costa mediterránea, como Murviedro (la actual Sagunto) y Valencia.
Esperamos que disfrutéis.


LA CONQUISTA DE ALMENARA Y MURVIEDRO

Aquí se comienza la gesta          de mío Cid el de Vivar
Tan ricos son los suyos          que no saben lo que han.
Poblado ha mío Cid          el puerto de Alucat;
Dejando a Zaragoza          y a las tierras de acá,
Y dejando a Huesca          y tierras de Montalbán,
Contra la mar salada,          empezó a guerrear.
A oriente sale el sol          y tornose a esa parte.
Mío Cid ganó a Jérica          y Onda y Almenar;
Tierras de Burriana          todas conquistado las ha.
Ayudole el Criador,          el Señor que está en el cielo;
Él con todo esto          tomó a Murviedro;
Ya veía mío Cid          que Dios le iba valiendo.
Dentro en Valencia,          no es poco el miedo.
Pesa a los de Valencia,          sabed, no les place;
Acordaron en consejo          que le viniesen a cercar.
Trasnocharon de noche;          de mañana al clarear,
Cerca de Murviedro,          tornan las tiendas a hincar.
Violo mío Cid,          tornose a maravillar:
¡Gracias a ti,          Padre espiritual!
En sus tierras estamos          y hacérnosles todo mal;
Bebemos su vino          y comemos el su pan;
Si a cercarnos vienen,          con derecho lo hacen;
A menos de lid,          esto no se acabará.
Vayan los mandados          por los que nos deben ayudar:
Los unos a Jérica          y los otros a Alucat;
Desde allí a Onda          y los otros a Almenar;
Los de Burriana          luego vengan acá;
Empezaremos          esta lid campal;
Yo fío por Dios          que nuestro pro aumentarán.

(Versos 1085-1112 Texto modernizado por Timoteo Riaño y Mª del Carmen Gutiérrez)



domingo, 2 de febrero de 2014

FLORILEGIO
IV


LUIS DE GÓNGORA 
Y AZORÍN







En la cuarta entrega de nuestro Florilegio daremos espacio a una pareja clásica, dos grandes estilos de dos épocas literarias,  alejadas entre sí por varios siglos,  que constituyen un canon para nuestra literatura y nuestra lengua:  la Edad de Oro y la Edad de Plata. Uno es el vate cordobés, Luis de Góngora y Argote, y el otro, el escritor, oriundo de Monóvar, José Martínez Ruíz, más conocido por el pseudónimo de “Azorín”.
De Góngora presentamos uno de sus más bellos sonetos, forma  poética de la que fue un claro maestro, y de Azorín,un ejemplo de su cuidada y morosa prosa, un fragmento de la glosa a ese mismo soneto gongorino, que puede leerse completa en su libro Al margen de los clásicos.
Feliz lectura.


A UNA ROSA

Ayer naciste y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida,
y para no ser nada estás lozana?

Si te engañó su hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.

Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.

No salgas, que te aguarda algún tirano;
dilata tu nacer para tu vida,
que anticipas tu ser para tu muerte.




GLOSA AZORINIANA

Rosas de España, rosas que el recio pintor Zurbarán amaba: D. Luis de Góngora ha querido pintaros en catorce versos henchidos de emoción. No sabemos cuándo Góngora escribió este soneto; pero nos place ver al poeta ya un poco viejo, pobre, amargado por las adversidades de la vida. ¿Se acordaba de su Córdoba cuando escribía estos versos? ¿Veía, sobre la foscura del panorama de la Serranía, brillar una rosa encendida que se inclina sobre su tallo? ¿Era para él la rosa símbolo del breve esplendor del poeta, del poeta que tiene un momento de inspiración, de plenitud, y luego acaba en la sombra y en el olvido? Ayer naciste y morirás mañana -escribe Góngora-.
Para tan breve ser, ¿quien te dio vida? En una estancia, sobre una mesa, puesta en un búcaro, hay una bella rosa; en las paredes se ven los retratos de guerreros y de teólogos; un libro de Garcilaso o de Cervantes reposa junto al jarrón en que la rosa luce.
Entra un rayo vívido de sol por la ancha ventana. La rosa alcanza, en este minuto supremo de su vida, su plenitud. Unas manos finas y blancas la han cogido; unos ojos claros y verdes -como los de Melibea, como los de Dulcinea- la han contemplado; un instante sus pétalos fragantes han rosado una boca y una nariz sensuales y ávidas. Luego la rosa ha sido puesta en el búcaro de cristal. En la estancia reina la paz, y los teólogos y los guerreros miran desde sus marcos.
¿Para vivir tan poco estás lucida, y para no ser nada estás lozana? Este minuto en que la rosa brilla y aroma, ¿qué es en la eternidad del tiempo? Minuto de 1600, o de 1800, o de 1900; minuto en que en estas paredes de la sosegada estancia acaba de ser colocado un cuadro de Velázquez, o una escena de Goya, o un paisaje de Beruete; minuto en que unos ojos han leído una poesía de Garcilaso, o de Chénier, o de Samain; minuto en que ha resonado en el callado ámbito una dulce música de Salinas, o una trágica sonata de Beethoven; minuto en que la emoción humana ha llegado a lo más delicado y lo más intenso, ¿qué representas tú entre las dos eternidades que nos ciñen y aprisionan en lo pretérito y en lo futuro, las dos eternidades del pasado y del presente?
Dilata tu nacer para tu vida, que anticipas tu ser para tu muerte. Así escribe el poeta. No importará nada, sin embargo, el dilatar ese nacer. No se adelantará nada con perdurar en el limbo de la vida sin entrar de lleno en la vida. El limbo de la vida es tan fugaz como la vida misma. Entremos en la vida resueltamente. Seamos en ella lo que nuestro ser quiere -espontáneamente- que seamos. Podrán pasar los mundos y podrá dilatarse el tiempo en sucesión interminable de siglos y siglos. Pero este minuto en que la rosa -cortada por bellas manos- luce y perfuma en su búcaro de cristal, frente a un retrato de Velázquez, en una estancia en que han resonado las armonías de Beethoven, este minuto es lo más alto, lo más fino y lo más exquisito de la civilización humana. No sabemos lo que podrá producir el tiempo en su corriente inacabable; mas este instante, tan fugitivo, tan alado, es la flor maravillosa -¡oh hombres!- de la pretérita eternidad...
Rosas; rosas encendidas de España; rosas que amaba Zurbarán; rosas que en las tardes del otoño que acaba se deshojan al pie de los cipreses...

domingo, 26 de enero de 2014

FLORILEGIO

III



GABRIEL MIRÓ




Esta semana nos adentraremos en un texto del escritor alicantino Gabriel Miró, un orfebre de la palabra y del estilo, que construyó todo su mundo novelístico en torno a una pasión estética y moral de la vida que le llevó a vivir apartado de los cenáculos literarios, disfrutando, en su tramo final –nos lo apartó una muerte, como casi todas, absurda- del paisaje mediterráneo de Polop. Un novencentista (también se le ha adscrito a la “generación del 14”) culto, cuidadoso, que nos atrae con la composición de escenas novelísticas en las que combina la memoria autobiográfica con la ficción romancesca, creando lo que el investigador de la literatura Ricardo Gullón llamó “novela lírica” o “novela poemática”. El personaje de este fragmento, Sigüenza, lo vemos aparecer en una trilogía formada por Del vivir (1904), Libro de Sigüenza (1917) y Años y leguas (1928).
Feliz lectura.








LA CIUDAD


Algunas mañanas, cuando sale Sigüenza, halla que la ciudad es más grande y poderosa que otros días; parece que sólo ella quepa en la mañana. La ciudad retiembla, hierve, resuena y abrasa con un ímpetu que no encuentra anchura donde expansionarse, con una impaciencia que se devora a sí misma mitológicamente para crecer más con su hambre y su mantenencia. Y nosotros, y los árboles, y los pájaros, y el aire, todo, todo es ciudad, todo participa de su fragor y de su dureza. No tiene paisaje ni cielo; no la rodea la creación. Está ella sola.
Se oye el silbo de un tren. Un tren nos presenta siempre evocaciones campesinas. A Sigüenza le emocionan más las beldades que viajan que las de los saraos y teatros, por el misterio de las mujeres viajeras, por la melancólica idea de que no las volveremos a ver y porque esas mujeres viajeras, aunque no se asomen al camino, pasan sobre fondos de naturaleza. Las mujeres debieran amar el campo siquiera agradecidas de lo que el campo las favorece. Una mujer de espíritu patricio que huela a campo, que tenga la luz y el aliento del paisaje en su mirada, en sus cabellos, en su carne, en sus ropas, en toda su figura, es una vida tan primitivamente sagrada y triunfal, que, siendo ella, es a la vez un resumen de las gracias femeninas, y rinde con una dulce gloria al hombre. La mujer tiene entonces encanto de diosa; el velo de lo sagrado ha sido siempre la inquietud tentadora del hombre. Lo sagrado sin tentaciones que remediar se hallaría en una tristeza y soledad divinas inconcebibles...
Pero no ha de ataviarse el espíritu con naturaleza como se adorna un sombrero con frutas y flores y aves, porque hay el riesgo de que el tocado resulte demasiado geórgico...
...Aquel tren, aquel silbo del tren de la mañana llena, embebida de ciudad, no fue para Sigüenza el tren que se desliza y grita gozosamente sobre tierras praderosas, encima de los ríos, bajo los pinares, junto al mar; el silbo de ese pobre tren era un lamento de opresión de muros altos, como si se arrastrase hosco y desgraciado por las entrañas de un túnel eterno de hullas...
¡Esos días en que la ciudad domina a los hombres que la crearon!... No se oye la voz humana. La ciudad se levanta pesada y enorme de un silencio, que es un silencio de estruendo, de fuerza y de prisa...
...Y otras mañanas sale Sigüenza y ve que la ciudad se ha dulcificado. El cielo la ampara como a una masía. La ciudad no se adueña del hombre, sino que el hombre la sella con su vida.
Entra Sigüenza en una calle pulida, que recibe una brisa y claridad suaves, como si llegaran por una entornada celosía. Las celosías entornadas conservan siempre la solicitud y ternura de una mano. Esa mañana, los edificios no ostentan la crudeza de un estilo arquitectónico de una pobre vanidad, pero necesario para vecinos de la misma arquitectura, sino que todas las líneas y todo el frenesí de cantería se funden en un conjunto bondadoso y dulce. Los balcones no cuelgan sobre árboles de Ordenanzas municipales, sino encima de frondas de jardines que todavía retienen gotas diamantinas de lluvia. Hay un balcón entreabierto. Un balcón abierto «del todo» quizá fuese de una llaneza demasiado vulgar o de una ansia desdichada de oreo, como si hubiera habido un cadáver en la estancia. Por fortuna, aquel balcón estaba entreabierto. No se menoscaba la acendrada y discreta intimidad de la casa y de la calle. Sigüenza sólo puede ver un apagado oro de los artesones, los graciosos pliegues de un terciopelo, la silueta de una consola y un búcaro con unas rosas de la víspera que ya languidecen y van entregando todo el olor de su vida. Una gentil señora que no saldrá de casa, que se siente como si fuera otra rosa de la víspera, se acerca al pomo de flores y las mira y las huele con tan intenso y sutil ahínco que debe conmoverse todo su cuerpo lo mismo que el de aquella señora que al aspirar algunos aromas se ruborizaba como si hubiese cometido un pecado mortal...
...Llega Sigüenza a una calle honda, envejecida, trabajada. Hay una tienda de herbolario que nos da un aliento marchito de serranía. Toda la calle está para Sigüenza en el obscuro reposo de la tiendecita. Es de un viejo mercader descolorido y apesadumbrado; parece que al vender los atadijos de las hierbas remediadoras se incorpore los males de los otros. No creerá en nada más que en virtudes humildes. En sus soledades contempla y toca paternalmente los potes y tarros que guardan gálbulos de ciprés, almendras amargas, sésamo, alpiste, flores de árnica, de cantueso, hojas de eucaliptos y unas barritas negras de regalicia. ¡Oh, la regalicia, la regalicia compuesta! ¡Cuando él era muchacho!... Y recordándolo el viejo herbolista, descansa su pálida frente en el vidrio verdoso de la cancela. Entonces lo ha visto Sigüenza esfumándose en la foscura del interior...
...Y ahora cruza una calle erguida, espléndida, cabal; no ha de ser sino lo que ya es. Las gentes no pasan, la pasean. Sigüenza se cree en presencia de un hombre perfecto, de un hombre que hubiese acabado la formación de sí mismo como se acaba una carrera, la carrera de abogado. A un hombre perfecto le sobrará vida; ha menester un casino, un club de almas célibes, elegantes y ociosas donde pierda la perfección. Porque la perfección consiste en perfeccionarse; es una cumbre que tiene siempre al lado otra eminencia un poquito más alta. De modo que quizá el sabor y contento del perfeccionarse sólo puede sentirse pecando alguna vez en las distintas categorías de excelsitud a que se vaya subiendo. Nuestra fragilidad es un motivo para reconciliarnos y depurarnos. El salvaje comete las más Horrendas ferocidades sin pecar, con ánimo sencillo y recto, casi lo mismo que algunos varones que han terminado su carrera.

...Y Sigüenza no pasa más calles. Otra vez comienza a hincharse la ciudad, a estar sola en el día, a ser toda de piedra, de polvo, de ruido. Un jirón de ropa estrangula el verdor tiernecito, primaveral de un árbol. El cielo es de humo... Y lejos, el azul se tiende amorosamente sobre el paisaje...

lunes, 20 de enero de 2014

FLORILEGIO
II


RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO


(El joven Sánchez Ferlosio, junto a su mujer, 
por entonces, Carmen Martín Gaite)



La segunda entrega de este Florilegio literario corresponderá a uno de los mejores narradores y ensayistas españoles del siglo XX (y XXI, ya que aún tenemos la suerte de contarlo entre nosotros, aportándonos, aunque sea esporádicamente, algunas de sus excelentes prosas en los periódicos): Rafael Sánchez Ferlosio. Este escritor, integrante de la llamada “generación del 50”, nació en Roma en el año 1927, adonde por entonces se encontraban su padre, Rafael Sánchez Mazas –escritor y corresponsal de ABC- y su madre, Liliana Ferlosio. Hemos elegido el capítulo XVIII de su primera obra, publicada en 1951, Industria y andanzas de Alfanhuí. Poco después, editaría su famosa novela El Jarama. Disfrutad con la imaginación y con la pericia verbal de este escritor que recibió en el 2004 el máximo galardón de las letras hispánicas: el premio Cervantes.



De cómo despejó una nieve la melancolía de Alfanhuí

Cuando vino el invierno, Alfanhuí se arrimaba al fuego de la chimenea; se sentaba en un tajo, a la izquierda del fogón, debajo de la campana. Poníase a mirar el fuego y nada decía. El fuego le miraba con su cara. Ojos y boca tenía el fuego. Su boca de dientes de astillas, crepitaba, hablaba. Sobre los ojos del fuego, la frente del maestro. Hablaba el fuego con sus dientes antiguos; componía espigas y las desgranaba. Cada espiga una historia, cada historia una sonrisa. Como puñados de trigo derramados sobre la piedra, volvían del fuego las historias. El eco de las historias duerme en las chimeneas. El viento quiere desbaratarlas. El fuego las despierta. El fuego despertaba la frente del maestro del fondo de la mirada de Alfanhuí. Clara frente. Alfanhuí escuchaba las historias repetidas; recogía el trigo con sus manos, reconocía la voz. Reconocía también, entre el trigo, sus viejas sonrisas. Noches enteras. A bocanadas entraban por el fuego las historias, llenaban la cocina. Ahora el fuego crecía solo, menguaba solo, solo volvía a crecer y solo se apagaba. Alfanhuí miraba y oía. Dejaba de mirar, y ya no oía.

Una noche de frío todos estaban en la cama. Alfanhuí junto al fuego, el aire de la cocina estaba caliente, cargado y esponjoso como un aceite lleno de grumos, que buscaba salir por las rendijas. La cerrazón de la cocina obligaba a las cosas a un sueño turbio y obstinado. Y todo se volvía lleno de calor y de ahogo. Las arañas, los gatos, las carcomas, las hormigas empezaron a removerse como a disgusto, a arañar, yendo y viniendo, buscando respirar en los cuchillos de aire frío de las rendijas. Los gatos andaban de una parte a otra, se encaramaban en las sillas, en la mesa, en las ventanas; daban la vuelta a la habitación junto a las paredes y maullaban bajo, inquietantemente. Alfanhuí miró la habitación, alumbrada por un candil grande. Era toda gris, los gatos grises, el fuego gris, como de una ceniza aceitosa, cerrada. Sólo resplandecía el aire en las rendijas, por donde entraban con fuerza los cuchillos de frío, como queriendo cortar aquella marafia espesa y ciega. Pero se embotaban y se deshacían no lejos de sus resquicios envueltos en el calor, doblados y ablandados como la cera. Alfanhuí se levantó del fuego y puso su oído junto a una rendija. Era una brecha fina, abierta entre los maderos de una ventana. Sintió un soplo dulce y silencioso, blando, constante y resbaladizo, como el tacto de una sábana fría.

Alfanhuí abrió la puerta de la casa. La luz de la cocina salió al campo y la cocina sorbió de la noche como una boca que respira, aspirando largo rato, llenando su pulmón. Se la oyó respirar muy hondo, llenarse de frescura. Alfanhuí estaba parado en el dintel. Fuera había nieve.

Al resplandor de la cocina vino una liebre por el campo y se paró de pinote frente a la puerta, cara a Alfanhuí. Alfanhuí sintió un trallazo en sus músculos y echó a correr por la nieve. La liebre iba saltando delante de él, haciendo cabriolas silenciosas sobre la nieve. Hacia una colina sin árboles corrieron. Todo blanco. Las nubes se habían quitado y hacía luna. Alfanhuí corría, respiraba cuanto quería. Abajo se veía la puerta de la cocina como un fogonazo abierto al campo. Alfanhuí se fue hacia un bosquecillo de chopos pelados que entreveraban la luna con sus varitas. Bajaba el bosquecillo por una ladera muy pendiente. Entre los árboles muy juntos, Alfanhuí y la liebre se pusieron a  jugar, sorteando los chopos, trenzando sus huellas por el suelo nevado. Luego corrieron más lejos, pasaron el cauce, llegaron al molino, del molino a otra colina, la colina a otro bosquecillo, circunvalando la casa, en lo bajo. Ahora daban cara a la trasera y no se veía la luz; pero la luna alumbraba mucho. Así corrieron y corrieron hasta que Alfanhuí se sació de respirar y llenó sus pulmones con el aire de la nieve.

Alfanhuí recogió un brazado de leña nueva, verde y húmeda, y bajó a la casa. Con el rescoldo encendió aquella leña, que chisporroteaba y bufaba, soltando agua y humo como si se negara a arder y acabó dando una llama fría y metálica, con una luz clara y joven, que se movía mucho y alegremente alumbrando toda la cocina. Los gatos, las arañas, las carcomas, las hormigas huyeron.


Alfanhuí, de pie junto a la chimenea, miró la puerta de par en par y vio cómo amanecía sobre campo nevado.
 FLORILEGIO HEBDOMADARIO 
DE LITERATURA ESPAÑOLA

FLORILEGIO
I




Comenzamos este fin de año 2013, concluida ya la primera evaluación, una nueva sección en el Blog de nuestro Instituto. La hemos denominado, por una parte, «Florilegio», ya que consistirá en una selección de fragmentos de la Literatura Española –ya sean líricos, narrativos, dramáticos o ensayísticos-, escogidos de entre las «flores» literarias que nuestra lengua ha ido ofreciendo a sus lectores hace más de nueve siglos. Por otra parte, lleva esta sección el título de «hebdomadario», rescatando de su infrecuencia a un adjetivo de raíz griega cuyo significado es el de «semanal».
De eso, pues, tratará esta sección que ahora inauguramos; de ir ofreciendo, cada siete días, aportaciones sucesivas de fragmentos literarios a nuestros escolares, acercándoles textos de las más variadas épocas, autores y temáticas, añadiendo un grano de arena en la clepsidra de sus conocimientos.
Aprovechando estas festividades, inauguraremos la sección con un fragmento poético de temática navideña, un villancico, perteneciente a la época gloriosa de nuestras letras, a nuestro Siglo de Oro, el XVII, denominado también «Barroco». Su autor fue el toledano Cosme Gómez Tejada de los Reyes, religioso carmelita.

Esperemos que disfrutéis leyéndolo. Y no olvidéis hacerlo en voz alta, como lo requiere toda buena poesía.


¡Feliz Navidad!



COSME GÓMEZ TEJADA DE LOS REYES



—¿A dónde bueno, zagal?
        —A un portal.
—¿Hay algo bueno que ver?
       —Un clavel.
—¿Quién nos le ha brotado agora?
       —El aurora.
—Y ¿de qué color le ha dado?
      —Encarnado.
—Hagamos guirnaldas de flores
 para ir, zagalejo, a Belén;
 que a la rica corona de estrellas
 hoy desluce un hermoso clavel.
 Tan alta grandeza abona
 a un clavel hoy en el suelo,
 que rinde a su luz el cielo
 los astros de su corona.
 Ya es abrasada zona
 la que el hielo hizo cristal.
—¿A dónde bueno, zagal?
        —A un portal.
—¿Hay algo bueno que ver?
       —Un clavel.
—¿Quién nos le ha brotado agora?
       —El aurora.
—Y ¿de qué color le ha dado?

      —Encarnado.
                                             

(Villancico extraído de Noche buena. Autos al Nacimiento del hijo de Dios, 1661.)